Aunque esta serie de Netflix tiene una ventaja: está basada en una novela homónima escrita a fines de la década del 50 y, por lo tanto, todo lo que allí se describe fue pensado antes que aparecieran películas como El Conjuro, The Babadook y otras tan nefastas como El Ático. Es decir, no huele tanto a copia...
Dejando de lado ese dato -y el hecho de que la novela cuenta con dos adaptaciones cinematográficas-, hay decir que la serie de 2018 tiene muchos elementos que atrapan al espectador: personajes interesantes, una historia contundente y clara, y una fotografía de excelente calidad. Esto último, particularmente, eleva mucho su estándar y la asemeja a una película muy bien hecha.
Es decir, es un agrado para los sentidos pararse frente a la pantalla y ver locaciones tan bien logradas, fantasmas que no parecen de juguete y efectos especiales que erizan los pelos (y no dan risa, sino que asustan de verdad).
Para no matar la ilusión no contaré la historia completa, pero haré un resumen: un papá y una mamá amantes de la restauración compran una gigantesca mansión neogótica para arreglarla y después venderla. Muy típico de gringos. El matrimonio tiene cinco hijos: tres niñas y dos niños, quienes están felices de mudarse.
El pequeño problema es que, como era de suponerse, cosas muy extrañas pasan en la casa: ruidos, apariciones fantasmales, sucesos paranormales e inexplicables. Y, al parecer, todo el secreto está contenido en una habitación en el último piso, cuya puerta roja ha permanecido cerrada durante mucho tiempo, sin que nadie haya podido encontrar la llave.
La serie muestra la historia de todos y cada uno de los habitantes de Hill House (un capítulo por personaje), en el pasado y en el presente. El pasado es cuando llegaron a vivir allí y el presente son ellos mismos como con 10 años más. Es decir, cuando los niños a ya están grandes, el papá es un señor de 60 y la mamá, bueno, ya no está porque se suicidó en la mansión. O eso es lo que dicen, al menos.
Lo interesante es que no se trata sólo de terror o suspenso, sino que hay esfuerzos muy bien logrados por mostrar el aspecto psicológico de los personajes: sus confusiones, sus miedos, sus debilidades y sus traumas. Cada uno de ellos carga con una historia que lo ha llevado a ser quien es. Eso está muy bien resuelto en el guión y en las actuaciones (muy convincentes).
Desde que eran niños y niñas jugando con fantasmas hasta que se hacen grandes (depresivos, drogadictos, controladores, clarividentes) el perfil psicológico está bien definido y contado en su contexto. Siendo así es fácil seguir el hilo de la historia y entender por qué hacen/dicen tal o cual cosa. Y a ratos se nos olvida que es un thriller y pasa a ser una historia de nostalgias y problemas emocionales no resueltos...
... Tanto así que el final me dejó muy decepcionado. Sin pretender hacer un spoiler, es demasiado distinto a la serie en general, transformándose más en una oda a los conflictos y lazos familiares, en una exacerbación de las emociones por sobre el suspenso, lo paranormal y la narración fluida.
Es casi como si el guionista hubiese cambiado en el último capítulo, tornándose más dulzón, más intrincado en su forma de contar la historia, con más apego a lo sentimental. El último capítulo, para mí, fue lo más lento y agotador de la serie. Perdió el ritmo y se puso más parecido a lo que vemos a cada rato en la televisión abierta: un dramón.
⭐️ ⭐️ ⭐️ ⭐️ (Excelente)
- Año: 2018.
- Temporadas: una.
- Capítulos: 10
- Duración: 50 minutos cada capítulo, aproximadamente.
- Idioma: inglés.
- Género: terror, suspenso, thriller.
- Lo bueno: personajes bien tratados, buen perfil psicológico, excelente fotografía. Capítulos ágiles (un capítulo por personaje más otros contextuales); historia clara, fácil de seguir..
- Lo malo: el cambio de ritmo y de cariz del capítulo final.
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