LA CASA DE LAS FLORES (serie) ⭐️⭐️

Dicen que es la serie de habla hispana que está de moda en Netflix. Se escriben artículos, reportajes... y en las redes sociales está lleno de fanáticos que la siguen con fervor, que adoran a sus personajes y que claman por una pronta segunda temporada. Humildemente, creo que exageran.

La casa de las flores, una producción mexicana que trae de vuelta a una casi irreconocible Verónica Castro -la mismísima madre de Cristian Castro-, podría ser descrita con muchos adjetivos: fresca, audaz, adictiva, hilarante, simple, simpaticona... pero en ningún caso buena.

Da risa, sí, pero no por las razones correctas. No por los giros de la historia ni por la construcción de los personajes, sino por lo inverosímil que a veces se torna todo. Da risa por la extravagancia, por la exuberancia y por la opulencia del lujo mexicano al que nos acostumbraron las teleseries de los noventa... pero no porque sea una comedia negra.
¿Es en serio?

Lo más irrisorio es el guión: un guión tan débil y tan obvio y contradictorio que a veces da para pensar que lo escribió alguien como una tarea escolar. No hay consistencia, no hay hilo conductor, no hay coherencia. Todo es una sucesión de hechos pseudo-divertidos que, juntos, no tienen ni pies ni cabeza.

Pasan cosas porque sí; hay sucesos que no aportan en nada; hay otras historias que, simplemente, se pierden en el camino. Hay otras que no se desarrollan para nada; y, peor aún, hay algunas que dejan una verdadera sensación de ¿esto es en serio? (Como el final, que no contaré, pero repito: ¿es en serio?).

Nada tiene fundamento ni peso dramático. Los personajes hacen cosas que no tienen nada que ver con cómo han sido presentados en primera instancia (pero no alcanza a ser un juego psicológico). Es como si al guionista se le hubiesen ido ocurriendo una sucesión de escenas, de ideas nuevas, y las fue agregando en la medida que escribía.
Puros clichés

Los personajes son tan clichés que pareciera que vemos una serie de los noventa: la viejuja millonaria e intransigente; la hija que se desvive por complacer a su padre; la hija súper rebelde y desenfrenada, la vecina copuchenta... Eso sin contar al gay de clóset, indeciso y tendiente a acostarse con quien sea, al transformista que imita a Yuri y a Gloria Trevi, a la rubia trepadora, etc, etc, etc. Etc.

Lo peor es que ni siquiera alcanza como para pretender que es una serie inclusiva, que se preocupa de la realidad social. Porque sí, aparecen gays y bisexuales... pero tan caricaturizados que llega a dar risa. Porque no basta con mostrarlos en la cama o como una pareja; hay que explorar mejor su lado psicológico y cómo se insertan en una sociedad, sin caer en el cliché de la confusión con una mujer; sin meter a un tercero en la casa; sin el casamiento para aparentar... sino a un gay seguro, sin problemas, sin trancas. O sea, alguien normal.

También aparece un transexual, pero con un tratamiento tan, pero tan mediocre que mejor no lo hubiesen incluido. Es como que los incluyeron porque, bueno, "hay que parecer progres"Nada tiene profundidad psicológica ni social. Es más, para personas más sensibles podría parecer, incluso, una ofensa. Por ejemplo, uno de los personajes, que es ciego, se supone que aporta humor cuando se tropieza o cuando le habla al vacío pensando que hay un interlocutor enfrente. ¿Es en serio?

Y a pesar de todo eso, algo tiene que uno se interesa por seguir viendo. Quizás algo hipnótico. O quizás es por el puro morbo que a veces hace que las personas hagamos cosas que no tienen explicación. O quizás sea puro masoquismo. Quizás es reírse un rato. O para ver al hermano de Gael García mostrando el trasero cada dos capítulos. Sea como sea, quien la ve lo hace bajo su propia responsabilidad.

⭐️⭐️(Olvidable)

  • Año: 2018.
  • Temporadas: una.
  • Capítulos: 13.
  • Duración: 30 minutos cada capítulo.
  • Idioma: español.
  • Género: comedia, drama.
  • Lo bueno: serie de habla hispana; el retorno de Verónica Castro; capítulos cortos; muestra desnudos masculinos, la hilarante forma en que habla Paulina.
  • Lo malo: ¿es necesario volver a mencionarlo?

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